"Dicen que soy un gran escritor. Agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de mañana, algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero o de ambas cosas a la vez."
Jorge Luis Borges
Vamos a ser sinceros: no creo que el presente artículo atraiga a la mitad de sus posibles lectores, e incluso a la mitad de esa posible mitad no lleguen a leer ni la mitad de la mitad del artículo completo. Puede incluso que algunos blogueros (yo también sé lo que hicisteis el artículo pasado, pues os leo a casi todos) me tilden de diva rolera, y lo tendré más que merecido, por mirarme el ombligo. Pero a veces, señor guardia, es mejor escribir que robar.
Dicho lo cual, vamos al lío. Está claro para cualquiera que, de cuando en cuando se pase por aquí, que hace casi tres meses que no cuido el blog de la forma adecuada, y exceptuando tres entradas que eran poco más que alegatos contra la vagancia propia, lo he abandonado de mala manera. Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Penitentiate y todos los etcéteras que le queramos poner. Os podría decir incluso el día y la hora exacta en que algo me hizo clic en vez de clac (son ya muchos años tratándome a mi mismo) y me cansé de escribir sobre rol: el día 3 de abril del presente año, a eso de las ocho de la tarde, en el tren que me llevaba a Córdoba desde las Jornadas del Dirigible. Y muchos pensaréis que eso quiere decir que Antoñito no disfrutó de su estancia y que vaya tío, que encima que va y presenta el Aquelarre tras muchos años de trabajo vuelve diciendo que al rol ni agua, etc, etc, etc. Pero no, caro lector, no quiere decir que no me lo pasara bien, que me lo pasé; tampoco que no disfrutara de Sevilla, de los amigos del Dirigible, de Yggdrasil, del Club Edoras, de la Marca del Este, de los chicos de Nosolorol, de los Holocubiertos o incluso de mis propios amigos, pues -y creo que hablo en nombre de todos ellos- hemos convertido las jornadas sevillanas en punto de encuentro obligado (aunque me faltaba un conde, eso sí...).
Lo verdaderamente cierto es que, entre risas y veras, vislumbré determinados entresijos del mundillo que yo, acostumbrado a mi cómoda torre de marfil, ni siquiera sospechaba. No hablo de odios, rencores o rencillas, que doy por sentado que las hay en el rol como en cualquier actividad humana (excepto en el onanismo), sino de un permanente y prolongado "nosotros contra vosotros" que se extiende por clubes, editoriales, tiendas, blogs y seguidores de determinados juegos, y que se refleja en comentarios dichos como al descuido, en decir pero sin decir, en dejar caer algún adjetivo no demasiado halagüeño y, en resumen, en hablar como yo estoy escribiendo ahora. Esa atmósfera de "guerra fría" que es casi irrespirable, incluso algo densa en ocasiones, no llega a percibirse en su totalidad hasta que no se aleja uno de ella, y claro, cuando estás dejando atrás Sevilla en un tren a 150 kilómetros por hora, has conseguido retirarte lo suficiente como para percibir su existencia. Y te das cuenta que nunca has conocido esa opresión, ese ambiente, ni en tus partidas, ni en tus frecuentes charlas de rol con amigos y colaboradores, ni siquiera en el ocasional trato que has tenido con determinadas editoriales. Así que solo puedes preguntarte si es así el mundillo que mueve el rol, si es una competición soterrada -muy a lo Camarilla- del "nosotros contra vosotros", y llegas a la conclusión que si eso es lo que hay más allá de la puerta, mejor me encierro en casa con los compañeros de toda la vida y nos reímos como siempre tirando nuestros dados. A fin de cuentas, si el rol no me va a dar de comer nunca -hace poco escuché a Zonk en Radio Telperion asegurar que incluso el dueño de Pelgrane Press tenía otro trabajo para complementar su sueldo-, para que molestarse, ¿verdad?
Así que tras regresar a mi ciudad -una de las que no será capital cultural en 2016-, dejé de preocuparme por mantener el blog, por dar la tabarra en Facebook, e incluso traté de abandonar los mil y un proyectos roleros que tengo comenzados. Más aún, conseguí centrarme por una vez en mi grupo de juego, y después de una prolongada sequía rolera de varios años, jugamos durante la Semana Santa más partidas que en muchos de los meses anteriores, recuperando el sabor del viejo RuneQuest y de El Señor de los Anillos. Incluso, con el Aquelarre recién publicado, intenté resolver todas las dudas que iban surgiendo sobre el reglamento en los foros de NSR, pero hasta eso, que antaño me encantaba hacer, lo dejé de lado con una mezcla de hastío y desencanto -aunque gracias al infalible Archimago Lindelion, se continuaron resolviendo las dudas; desde aquí mil gracias-. Vamos, comencé a fabricarme una madriguera bien profunda para meter bien honda la cabeza.
Pero era imposible. Niet. Nothing. Y es que como casi todos los roleros que lo siguen siendo con mi edad, llevamos muchos años buscándonos las habichuelas en lo referente al rol, escribiendo, leyendo, preparando y organizando nuestras partidas, diseñando -en muchos casos en nuestra propia cabeza- infalibles sistemas de juego y retocando cada uno de los manuales que llegaban a nuestras manos. Tantos años que uno se siente inútil si a lo largo de una semana no ha escrito "1D6+6" en cualquier papel que se le ponga por delante. Tras darle muchas vueltas me quedaba claro que había hábitos que me iba a costar mucho cambiar. Así que, poco a poco, como el que no quiere la cosa, comencé a recuperar antiguas costumbres, pasando sin cesar de una cosa a otra, de un proyecto a otro, de una idea a la siguiente: traduciendo manuales, diseñando juegos basados en sistemas olvidados, revisando el trabajo de otros autores -en algunos casos, incluso el trabajo inédito de otros-, recuperando manuales a los que había dedicado poca atención, escribiendo mano a mano con Ricard una aventura para Aquelarre (que pronto conoceréis), organizando junto al Archimago Lindelion un FAQ y una fe de erratas para la nueva edición del juego (que también se publicará en breve), charlando con Fede de Yggdrassil o con Gabi de Crash Comics, rescatando posibles suplementos para los juegos en los que colaboro, e incluso iniciando la reescritura de todo el sistema de juego de uno de mis juegos de rol preferidos para convertirlo en otra cosa similar, pero distinta, mucho más cercana a la idea original del juego (al menos, a mi entender).
Y como dije antes, llevo muchos años tratándome y ya me conozco, así que, una a una, fui abandonando todas las actividades que había comenzado y, de entre todas ellas, me quedé con una sola (por el momento), y es la que me ha devuelto la fe, no en los juegos de rol, si no en reconocer que tengo que estar donde tengo que estar, y que puede que no sirva para muchas cosas, pero si me manejo bien en un puñado de ellas. Y creo que el rol es una de ellas.
También he llegado a una conclusión, que ahora me parece muy simple, pero me ha costado entender: que ahí fuera, al otro lado de las paredes de marfil de mi torre, pueden estar cayendo chuzos de punta, puede que los roleros sean lobos con los roleros, puede que haya comenzado o terminado la guerra fría que llegué a entrever en Sevilla, e incluso puede que haya ocurrido una catástrofe a nivel mundial y ahora los roleros sean enviados a campos de concentración para hacer macramé, pero que aquí dentro un servidor necesita seguir escribiendo, entre otras cosas sobre rol. Y que salga el sol por Antequera.
Además, os prometo a todos los que hayáis llegado hasta aquí, que Antonio no volverá a ponerse divo nunca más.