Antes de comenzar, una breve nota para aquellos roleros que defienden a ultranza sus juegos favoritos con el mismo empeño y dedicación que Belén Esteban a su Andreita (que estoy seguro que son tan escasos como los lectores de Dan Brown, más o menos): este artículo solo pretende ser una opinión personal e instranferible, y que sea hoy
el aniversario que es, es simplemente mi forma de recordarlo. O sea, en resumen:
its my party, and I cry if want to...
Dicho lo cual, vamos al lío y centrémonos.
Lo he intentado. Os juro por todos mis antepasados y mis descendientes (que en breve llegarán) que lo he intentado. Tengo incluso testigos de ello. Me preparé, lei libros sobre el tema, mentalicé la escena en mi mente, controlé todas las posibles incidencias, investigué concienzudamente como se llevaba a cabo, me retiré durante meses a un monasterio en busca de la introspección necesaria, y hasta me compré cassettes para escuchar mientras dormía. Solo me faltó contratar al equipo de
Hormigas Blancas para que tiraran de hemeroteca y me regalaran una de sus más sesudas investigaciones. Pero tras tanto trabajo, y
después de descartar lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad. Y es, señoras y señores, repique de tambores, que no me gustan los retroclones.
Lo admito así, sin más, y delante de todo el mundo.
Ahora ya podeis coger vuestras piedras, bolsas de gravilla y barbas falsas, porque ya puestos, da igual decirlo una como cien veces.
No sé que clase de Director de Juego soy (se lo tendríais que preguntar a mis jugadores habituales), pero como jugador he de sincerarme y admitir que soy un desastre, y los que me hayan sufrido sabrán cuán cierta es tamaña afirmación. No se trata de despiste, ni tampoco es un problema de atención, sino que, como Santo Tomás, donde veo una llaga, allí meto el dedo: si al DJ se le olvida una regla, Antoñito se lo dice señalándole la página exacta del manual donde la puede encontrar; si el DJ suelta una frase con rima asonante (ejemplo: "Estamos en el año 2005..."), Antoñito ejerce de poeta; si alguno de los jugadores se mete en su papel, Antoñito levanta una ceja y le desmonta el chiringuito de manera razonada (o no); si el DJ se curra una aventura histórica, Antoñito sale de la habitación y reaparece minutos después con un tomo de una enciclopedia que echa por tierra la posible presencia de un personaje histórico en la aventura que estamos jugando porque se murió años atrás (anécdota real; triste, pero real). Y como en lo referente a meter los deditos en las llagas, los retroclones me parecen un ecce homo, me cebo.
Ojito, que no hablo de la ambientación, del mundo y/o del universo que embellece sus manuales, ni tampoco de las buenas intenciones para con el rol que albergan los retrocloneros (o retroclonenses, o retroclonistas, o retrocloninos). Y tampoco me gustaría que se viera en ello un ataque directo contra
Aventuras en la Marca del Este,
Castles & Crusades,
Labyrinth Lord,
Swords & Wizardry,
Mazes & Minotaurs,
Dungeonslayers, etc, etc, etc. Se trata, pura y llanamente, de una aversión hacia sus sistemas de juego. Porque, vamos a ver, queridas amigas, a todos nos gusta echar una partida del
Space Invaders de cuando en cuando, pero para ello nos vamos a internet y nos bajamos alguna aplicación flash que nos lo permita, que haberlas,
haylas. Lo que no se nos ocurriría es pegarle la patada al pepino de ordenador que tenemos para cambiarlo por un ZX Spectrum. Porque no es de recibo.
Y en el rol pasa tres cuartas de lo mismo. ¿Por qué tiene que reducir mi Director de Juego cualquier acción que no sea de combate o de magia a tiradas de 1D20 contra mis características si hace décadas que se inventaron las habilidades (y que hasta D&D implementó)? ¿Por qué no puedo yo, un mago de nivel 1, intentar ocultarme en las sombras sin tener que recurrir a la magia (que, naturalmente, no tengo)? ¿Por qué tengo que basar mi avance personal en monedas encontradas y monstruos asesinados? Muchos me diréis ahora que soy un poco retrógrado (elegante juego de palabras, para no decir que soy un cabrito sin alma ni conciencia), que hay sistemas retroclonenses de esos que me permiten hacer hasta una O con un canuto. Entonces, vuelvo de nuevo al tema: ¿por qué usar sistemas retroclonianos, si podemos hacer lo mismo y mejor con otros muchos sistemas más avanzados, dinámicos y, por encima de todo, sencillos? ¿Nostalgia? ¿Homenaje al gran clásico? ¿Regresar al pasado y olvidar los más de cuarenta años que tiene el rol a sus espaldas? Es como un renacimiento extraño y desfasado: los artistas del Quatroccento volvían la espalda a la Edad Media para buscar la verdad y el arte en los antiguos griegos y romanos, pero sin los conocimientos del gótico y románico Bruneleschi nunca hubiera levantado el Duomo de Florencia, ni Miguel Ángel esculpido su famoso David.
Así es como lo veo, que le vamos a hacer. Hay gente que se entretiene dando pellizcos a los cristales, y a mí, hoy, me ha dado por aquí. El gran Gygax creó esto que llamamos juego de rol (solo, acompañado o en compañía de lobos, es algo que, a estas alturas de la película no vamos a discutir), y que yo sepa, aquel viejo sistema no fue esculpido en piedra y se nos enseñó desde las alturas del monte Sinaí. Él mismo lo adaptó o dejó que lo adaptaran.
Así que puestos a adorar becerros de oro, ya tenemos suficientes reliquias en las iglesias, en los museos y en las oficinas de Wizard of the Coast.
Lo dicho: una opinión personal desde mi misma mismidad propia. Que es lo mismo que decir, que me vayan dando, que cada cual hará lo que crea conveniente, y que, a fin de cuentas,
el gato es mío y me lo cepillo cuando quiera...